Independientemente de cuál sea el recurso en cuestión (humano, natural o energético), un ahorro es, por definición, una ausencia de consumo o un consumo evitado. Por tanto, no se puede medir directamente con herramientas específicas a posterioridad. Entonces, ¿cómo podemos evaluar un ahorro? De una única forma: estudiando la diferencia entre el consumo observado antes y después de la acción implementada. Se deben seguir algunas normas para que esta medida resulte adecuada.
Comparar los consumos energéticos “siempre y cuando las circunstancias sean las mismas”
Para que la comparación entre dos gastos energéticos sea representativa de la realidad, las medidas deben obtenerse en las mismas circunstancias. Hay muchos factores que pueden participar, además de que la acción de ahorro energético en sí misma (como el número de usuarios, el nivel de actividad, el cambio meteorológico, avería de un aparato, etc.) hace mucho más complicado el cálculo del ahorro.
Por ejemplo, comparamos el consumo energético de un edificio de oficinas después de llevar a cabo una acción para ahorrar energía realizada en primavera. Habrá que tener en cuenta muchos factores que pueden influir en el consumo.
El cambio meteorológico: la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano, si el edificio está equipado para ello, juegan un papel determinante en el consumo total.
El nivel de actividad y el índice de ocupación: el verano es, normalmente, el momento en el que el nivel de actividad es más bajo y los trabajadores cogen vacaciones. Por consiguiente, un edificio menos ocupado o con franjas horarias de trabajo reducidas también juegan un papel en cuanto al consumo del edifico.
El interés de una comparación bruta entre el periodo anterior a llevar a cabo la acción para ahorrar energía y después será, por tanto, bastante limitado para poder evaluar la eficacia si el resto de criterios de variación no se destruyen.
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Establecer un estado inicial de referencia antes de llevar a cabo una medida de ahorro energético
Antes de comparar los gastos energéticos entre dos periodos concretos, no sólo hay que comprobar cuáles son los parámetros que hayan podido variar y tener un impacto en el consumo energético sino también disponer de los datos de referencia establecidos con total objetividad. Definir este estado inicial de referencia permitirá evaluar cómo un hecho poco habitual puede afectar a los gastos energéticos de un edificio, tanto positiva como negativamente.
Sin embargo, no necesariamente porque un invierno haya sido dos veces más frío que el anterior se va a reflejar en que el importe de la factura energética sea del doble. También hay que tener en cuenta otros elementos, por ejemplo:
- La evolución de las prácticas: subida general del termostato, incorporación de radiadores adicionales…
- El aumento del personal: organización de seminarios, más salas ocupadas de continuo, etc.
Este análisis multidimensional profundo sigue las normas del IPMVP (International Performance Measurement and Verification Protocol), que incorpora en su cálculo un conjunto de variables periódicas (ligadas a la forma de uso del edificio) y no periódicas (ligadas a las características).
Consumo antes de las APE (acciones de rendimiento energético)
– Consumo ajustado después de las APE
= Ahorro o pérdida de energía
Para poder establecer este estado de referencia, es necesario analizar el histórico de consumo de un edificio, aislar los hechos excepcionales y estudiar el impacto de las distintas variables. Estos estudios multi factoriales pueden automatizarse a escala de un parque inmobiliario gracias a la utilización de algoritmos.
En resumen, el ahorro energético sólo puede medirse confrontando los consumos obtenidos en dos periodos diferentes. Este sencillo planteamiento esconde una realidad mucho más compleja de lo que parece, proporcional al número de facturas susceptibles de influir en el consumo. Los protocolos como el IPMVP permiten controlar este cálculo complejo y los algoritmos automatizarlo.
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